Por Carla Romagnoli (cbromagnoli@gmail.com)
Imágenes: Daniel Isoardi (Equipo RDA-CePIA)
“Transducciones de paisajes sonoros” nace de un proyecto radicado en el CePIA de la Facultad de Artes de la UNC y cuenta con un total de trece propuestas artísticas que establecen un cruce entre sonido, imagen y performance.
La sala está a oscuras. Los espectadores se van acomodando en los pequeños y gastados pupitres del Salón de actos del Pabellón México. La función comienza.
La tarde-noche transcurre entre una verborragia de sonidos e imágenes diversas. Bocinas, amoladoras, motores de autos acelerando, el bondi que estaciona en la parada. Perros ladrando, voces, canto de pájaros, cánticos futboleros, cánticos con consignas políticas. El afilador de cuchillos. Un tanguito. Respiración lenta y pausada. El sonido de las olas al chocar. Un bolígrafo sobre papel. Instrumentos. El timbre de un microondas. Los pies sobre la tierra. Pero también… silencio.
Cada una de estas obras nos interpela. Nos remiten a paisajes cotidianos que habitamos todos nosotros, todos los días. Establecen un vínculo entre el acto de ver (una imagen) y escuchar (un sonido), para configurar paisajes o cartografías sonoras que dan cuenta de una identidad, ya sea colectiva-barrial o subjetiva.
Para que existan paisajes, dice Luis Álvarez Muñárriz, debe existir un número de elementos “objetivos” pero, por sobre todas las cosas, es imprescindible la existencia de alguien que los “perciba, los viva y les otorgue un significado”. Es en el plano de la experiencia que los paisajes cobran sentido.
En Transducciones de paisajes sonoros, queda de manifiesto que un sonido, cualquiera que sea su origen, puede producir una imagen mental o paisaje en quien lo perciba. Apela, además, a la memoria del espectador porque en el montaje de fragmentos de sonidos e imágenes, se van configurando paisajes otros, desconocidos, desconcertantes. Paisajes nuevos, aun por explorar.