Bailar y denunciar: reflexiones sobre la marginalidad desde la danza contemporánea.

Reseña: Obra en proceso: Villerxs.
19 de octubre de 2017, Sala Jorge Díaz. CePIA

Por Natalia Saraí Saldívar Halac (saldivarnat@gmail.com)
Imágenes: Daniel Isoardi (Equipo RDA-CePIA)

Sala Jorge Díaz. 
CePIA. 
Universidad Nacional de Córdoba.
Mientras miro pienso en las distancias.
¿será esto un esbozo de puente?
Cuatro cuerpos
danzan el espacio,
pintan un paisaje,
nos sacan del centro, 
nos tiran al borde.

Cuatro cuerpos denuncian. Las villas cordobesas bailan a través de ellos. Hay una realidad que se quiere hacer visible, pero el peso de las distancias trasluce en cada movimiento. Los intérpretes son conscientes de esto y se rebuscan para dar forma a este mundo que parece lejano, cuidando de no aplastarlo. La obra se llama Villerxs*, y surge de una investigación teórica, metodológica, corporal y escénica radicada mediante la convocatoria CePIABIERTO 2017 en el CePIA, de la Facultad de Artes UNC. Paradójicamente, hoy en Córdoba son pocas las personas que desde los barrios marginales llegan a la Universidad libre y gratuita. Hoy en Córdoba son pocxs lxs “villerxs” que podrían llegar a este espacio a mirar esta obra. 

Hay que decirlo: la gratuidad no está asegurando el acceso a la educación, los casos de gatillo fácil siguen en aumento, la pobreza sigue siendo criminalizada, los sectores privilegiados y el estado siguen desentendidos. Estos cuerpos lo dejan claro: para ellxs la meta es generar reflexiones que se opongan a la inercia de esta realidad desigual. Lograr que alguien se pregunte, que mire sin cerrar los ojos y busque cómo llevar esta consciencia a sus prácticas. Es difícil, ante una estructura mediática que reduce y neutraliza a través del estereotipo, hacer visibles estas realidades invisibilizadas. Aquí es donde la danza aparece como un lugar posible, donde el cuerpo se vuelve resistencia. Se resiste a dejar que las villas sean solo un lugar que comentar de paso para quienes no las vivimos. Se resiste a que ser pobre tenga una sola cara y un solo destino posible. 

Flor, Nacho, Pitias y Sile nos transportan a este mundo ignorado, un mundo que erigen sobre cúmulos de basura que se vuelven instrumento, escenario y símbolo de su representación. Sus cuerpos se vuelven los cuerpos de pibxs en una villa. Oscilan entre el trabajo y la fiesta, la libertad y la represión, el amor y la violencia. Los bailarines abordan la complejidad de estas vidas, dando cuenta tanto del placer como del sufrimiento que atraviesan. Evitando un discurso simplista, dejan claro que la marginalidad no es un estado de resignación sino que implica una resistencia activa.

A medida que se trasladan en el espacio, los cuerpos instalan preguntas y se vuelve evidente que los presentes estamos siendo testigos de un pensamiento en construcción, un ensayo. Se mueven entre decir y bailar, entre representar y abstraer. Por momentos me olvido que están bailando, por otros me olvido de las villas. Los cuadros más interesantes surgen cuando los cuerpos se suspenden en movimientos híbridos, dónde puedo ver lxs pibxs y también lxs bailarines. Esos instantes en que no se si son Flor, Nacho, Pitias y Sile, o son otrxs que hoy no pueden estar. Ahí dónde me cuesta decir si estoy viendo danza, performance o teatro. La escena se vuelve una especie de limbo expresivo, en el que los cuerpos trascienden las palabras. Hay algo inaprehensible que queda suspendido más allá de la interpretación consciente que podamos hacer. Algo que tiene que ver quizás con la herida ingenua de que estas realidades que nos muestran existan. Algo que tiene que ver con que verlxs bailar nos enfrenta al vacío de la injusticia. Algo que hace evidente la distancia.


Cuando terminan de bailar llega el momento de charlar. El ciclo “obra en proceso” propone replantear la forma usual de producción y abrir las puertas de las salas de ensayo para implicar al público en el proceso creativo. El grupo nos invita a que compartamos nuestras impresiones, nuestras dudas. En mi cabeza burbujea la reverberancia de lo que acabo de ver. No logro poner en palabras lo que pienso, así que lo mio es silencio absoluto. Las personas alrededor empiezan, de a poco, a articular sus dudas, sus devoluciones. Encuentro en algunas de ellas una forma a lo que todavía no puedo organizar. El ritmo de las preguntas escala y las reflexiones se profundizan, haciéndose cada vez más dinámicas: ¿Cómo hablar de lo que no nos pertenece? ¿Cómo resumir sin reducir? ¿Cómo transitar la frontera entre representar y abstraer? ¿entre teatro y danza? 

Las respuestas no son definitivas y tienen más forma de opinión. El público sugiere, señala, y el grupo escucha. Se plantea la imposibilidad de representarlo todo como una realidad de la que no se puede escapar. Se asienta la necesidad de reflexión continua, a través del cuerpo y del diálogo abierto con quienes entran en contacto con la propuesta. La manera de hacer de este espacio un lugar efectivo de deconstrucción, es dejarse atravesar por las dudas, los silencios, las perspectivas. Admitirse subjetivo y ajeno. Ser consciente de estar mirando y habitando lo que no es propio pero a la vez sí. Hacerse cargo del potencial de accionar desde afuera para transformar una realidad que nos concierne a todxs.

Lxs miro y pienso en Córdoba hoy. En el necesario engrosamiento de la piel que requiere el ser atravesado por la marginalidad. En lo sútil que se vuelve la resistencia en estas realidades. En cómo admitirse una vida más allá de la supervivencia deviene un acto revolucionario. Saberse invisible a los ojos de otros sectores de la sociedad y reclamarse ciudadano. Reclamarse persona y resistir. 

Los bailarines en escena juegan, se divierten. También se desgastan, trabajan. Sus cuerpos hablan. Se entiende lo que dicen pero cuesta ponerlo en palabras. Sus movimientos son una invitación a pensarnos parte del problema. Cuerpos privilegiados hablan de otros que no lo son. Cuerpos se vuelven carne de algo que hace falta decir, algo que se trabaja para esconder. Cuatro cuerpos se esfuerzan por enfocar, por una vez, la periferia invisibilizada de nuestra ciudad. Porque, como bien plantea Pablo Messiez:

En la duda está la rendija para ver otras zonas.
Hay que bailar las preguntas.
Hacer manifiestas la inquietudes. Y temblar.


* Nota al pie: Villerxs se escribe con x para incluir a todxs aquellxs que deciden habitar por fuera, o en los márgenes, de las categorías de género femenino/masculino. Pienso que la inclusión de la diversidad a través del lenguaje es una primera y potente herramienta de deconstrucción. El cómo nombramos importa y es parte de la manera en que decidimos resistir. Por eso la reseña se escribió acorde a estas ideas.