La impronta en el cuerpo: decir sin palabras y escribir sin lápiz

Reseña: “Seminario Relación IV. Sistemas, yuxtaposiciones, obra
26 a 29 de septiembre 2017

Por: Natalia Saraí Saldívar Halac (saldivarnat@gmail.com)

El seminario “Relación IV. Sistemas, yuxtaposiciones, obra”, coordinado del 26 al 29 de septiembre por el equipo de investigación “Escritura performática: Cuerpo y acción en efimerodramas”, conformado por Soledad Sánchez Goldar, Sebastián Huber y Luciana Sastre, exploró las posibilidades de registro de la acción performática. Para ello, se indagó en recursos y lenguajes que posibilitaran un puente entre lo dicho en el cuerpo y lo escrito, intentando deconstruir el concepto de escritura y plantear otros abordajes no-lingüísticos del registro en el arte. La superposición de los Sistemas Minimalistas Repetitivos y la obra “Sistema” de Martín Molinaro, fue la base sobre la cual se elevaron los debates, la escritura y el movimiento a lo largo de esos cuatro días. Las dos acciones convivieron en un mismo espacio y tiempo de martes a viernes, y aunque cada día “volvían a empezar de cero”, había un remanente indiscutible de sensaciones e ideas que impregnaban lo que pasaba; como un hilo de memoria colectiva que tejía a través de los tiempos y los cuerpos de todos los presentes. A esto se agregaba la acción de los espectadores, que abordábamos cada día el intento de escribir lo nos pasaba a cada uno y a todos, con lo visto y lo hablado acumulándose y filtrándose por nuestras manos en los trazos y las formas con que impregnábamos el papel.

De los cuerpos superpuestos

El planteamiento teórico de los Sistemas Minimalistas Repetitivos propone el uso de actemas como unidad mínima de comportamiento/movimiento. Éstos actúan dentro de una estructura que establece ciertas reglas y fases a través de las cuales se van desenvolviendo. A medida que el tiempo avanza, los performers (o actantes) empiezan a intervenir sobre los propios actemas y a tomar y/o relacionarse con los ajenos de las maneras en que el “director” (Sebastian Huber) les proponga. Las indicaciones son tomadas e interpretadas, o no,  a criterio de cada actante. En este caso, la presencia de Martin Molinaro agregó un actante al suceso, uno con sus propios códigos y reglas, que no obedecía a ninguna propuesta más que la propia y que era claramente diferenciable (al menos al principio) del resto de los performers. La obra de Molinaro plantea un sistema diseñado antropométricamente en base a sus medidas corporales, sistema que es dibujado en el piso y transitado por él, con su cuerpo, sus ruidos y sus ritmos. 

En resumen, como performers encontramos a Rodolfo Ossés, Indira Montoya, Jules Groube, Soledad Sánchez Goldar, Martín Molinaro y quizás incluso, Sebastián Huber. Del otro lado, si es que lo hubo, estábamos los espectadores escribientes, observantes, incluso a veces actantes. Cubriéndolo todo, dos sistemas superpuestos. Repeticiones, ciclos, idas y vueltas que con apariencia de ser las mismas, cambiaban cada vez. Puestas en un espacio común, las dos obras comenzaron su convivencia como dos animales que se olfatean, tanteándose, midiendo hasta dónde iba cada una y acostumbrándose a la presencia de la otra. Una danza conjunta y a la vez aislada que fue mutando a través de cada comentario y cada debate. Todo lo dicho aportaba algo a la totalidad de ese organismo, que dejaba de funcionar mecánicamente para irse volviendo cuerpo común de todos los presentes. 

De lo escrito y lo dicho

En cuanto a la propuesta detrás de esos cuerpos imbricados, la pregunta de cómo escribir aquello que parece sólo poder ser dicho a través del movimiento, se introdujo en cada conversación a lo largo del seminario. Nadie la respondió, sólo dimos vueltas alrededor de ella. Luciana Sastre de alguna manera aplaca las inquietudes, remarcando que lo que llamamos pérdida, esa parte del hecho que parece intrasmisible, es siempre espacio ganado. Que lo que ponemos ahí dónde no podemos decir nada es territorio fértil para nuevas propuestas, para reformular y reescribir lo vivido. La búsqueda no pasa por la documentación, sino por la construcción de lenguajes que apelen de alguna manera a los sucesos intangibles que nos atraviesan, en este caso, en la forma de actantes en el espacio. El registro es un proceso colectivo y a la vez personal, que implica aceptar las limitaciones de la palabra para describir el acto y ahondar en nuevas posibilidades, híbridas tal vez, que se vayan generando en consonancia a lo observado y sus reverberancias. 

Es interesante pensar que tanto la acción performática como su registro estaban siendo creadas al momento que sucedían, ya que ni los performers ni nosotros, espectadores registrantes, teníamos un plan detallado de comportamiento que pudiera predecir la forma que iba a adquirir cada cuerpo y cada trazo en el tiempo y el espacio. Todos improvisábamos, escribiendo lo que estaba siendo escrito, contagiados los unos de los otros y de la memoria de lo vivido antes. 

De las preguntas sin respuesta y los cuerpos sin palabras

La escritura en el cuerpo, el cuerpo en la escritura. ¿Qué tanto queda de cada uno en el otro? ¿Hasta dónde puede llegar la palabra para describir un acto? ¿Cuáles son las fronteras del cuerpo para hacer lo que la palabra indica? Todos estos y muchos más son los interrogantes que quedaron resonando al concluir el seminario. Las preguntas se abordaron, se estuvo de acuerdo y en desacuerdo, pero ninguna se respondió, quizás porque no están hechas para tener respuesta. Como dijo Luciana Sastre, quizás en este espacio es donde ganamos. En el intento de responder y en la certeza de que es imposible hacerlo. Queda aceptar que hacer arte, y más puntualmente la performance, hace evidente lo efímero de todo lo que pasa, sacando a la luz eso que transitamos sin prestar demasiada atención: un tiempo que no va para atrás y que no puede traer al presente los sucesos pasados sino a través de la construcción intersubjetiva dada por los lenguajes.