¿Cómo inventarse un motivo para seguir en escena? Reseña sobre la obra “Llegando a ningún lugar” de Mauro Alegret

Por Marianella Monzoni (Ayudante Alumna CePIA) // Registro fotográfico: Cecilia Narambuena (Adscripta CePIA)

 “Yo lo ví. Estaba ahí, y de repente… desapareció” La actriz, con el gesto perturbado, señala un lugar vacío. El técnico y la directora se miran: falta un actor.

El pasado jueves 17 de septiembre se estrenó Llegando a ningún lugar, en la sala Jorge Díaz del CePIA. La obra, protagonizada por Gabriela Visintín, Mauro Mondaca y Fiorela Boratto es una apuesta dramática dirigida por Mauro Alegret.

Se parte del supuesto que un papel actoral está completamente planeado y ensayado por una persona que, en virtud de sus habilidades, realizará su interpretación el día de la función. Por ende, que un actor la abandone minutos antes de la presentación es un hecho totalmente fuera de lo previsto. En principio, esta ausencia toma cierto protagonismo. Buscarlo, entender qué pasó, si simplemente desapareció o existía un motivo. Estos interrogantes dan lugar a otras preguntas y  situaciones que generan escenas que no encuentran más cauce que ellos mismos al límite de lo inverosímil, obligados a reinventarse.

 “El público ya está acá” alcanza a murmurar Francisco, con la expresión desencajada, antes de caer en la cuenta de que las luces están prendidas, los espectadores estamos sentados y no hay vuelta atrás. Por supuesto, no tardamos en advertir que ahí pasó algo que acaba de desequilibrar toda una obra. O por lo menos la primera idea de obra.

En ese momento hace su entrada lo primero que puede irrumpir en escena ante un obstáculo así: las emociones. Ante la ausencia de la persona que protagonizaría su papel, los integrantes de la obra: directora, técnico y actriz, intervienen el espacio en tensión con decisiones improvisadas,  sospechosos motivos y confesiones a viva voz que polemizan los límites de lo que se finge, lo que se actúa y lo que provoca.

 “Somos actores: hay que actuar.” Es el imperativo teatral: hay que salir a escena y el show debe continuar. La trama, en el juego de actuar lo improvisado, de intentar llegar a algún lugar, roza límites vulnerables: ¿qué queda de la obra, entonces, sin un actor? ¿Qué se busca representar? Tal vez, no sean las preguntas más pertinentes. Porque lo que había que representar está interrumpido desde un principio.

Ver algo frustrado, algo inacabado, nos interpela directamente: nuestras expectativas como espectadores y las de los actores se entrecruzan, entran en pugna y se reclaman entre sí.  ¿Qué es lo que queremos ver? Esos que estamos ahí, de público, más que contemplando siendo cómplices ¿no estamos también participando, actuando? ¿Cómo seguir?

No queda otra que enfrentarse a la incertidumbre de lo que ahí surge. Habría que volver al punto de inicio. Pero, ¿había algún lugar al que llegar?

 

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