Por Marianella Monzoni
Esto es lo que sucede: aparecen los protagonistas y anuncian que serán Yocasta y Edipo. Y que han decidido cambiar el final de la historia.
Si hay una historia que no puede ser contada es la que quedó en una posibilidad. Un relato escrito, deja atrás miles de posibles historias que hubieran podido ser. Pero los mitos no tenían esta característica. Un mito, fruto de la inagotable transmisión oral que recreaba cada historia en cada nueva interpretación, llegaba a tener muchas versiones diferentes.
La versión del mito de Edipo aprobada por el canon cultural de los clásicos a ser leídos fue la que terminó formando parte de esa tradición occidental conocida como la tradición griega incuestionable.
Todos conocemos más o menos la trama: el primogénito que por error mata a su padre y se casa con su madre, arrastrando una maldición familiar, en una serie de intentos desafortunados por boicotear la verdad del oráculo. El mito de Edipo tal como Sófocles le dio letra fue versionado y adaptado en la tradición literaria y artística en general como pocos. La perfección trágica de su obra y un par de representantes antiguos de la literatura culta lo consagraron clásico entre los clásicos.
Entonces, podría existir la posibilidad de una historia borroneada, de otra versión del mito donde la historia hubiese podido no ser la misma: ¿Qué hubiese pasado si la decisión no hubiera sido exiliarse y morir? ¿Y si Yocasta y Edipo hubieran desafiado al destino?
En la representación del grupo La Volacera: Yocasta y Edipo encuentran un lugar en la ficción teatral para hacer otras versiones de sí mismos: tienen la oportunidad de reinventarse en este tiempo y espacio como un detrás de escena de ese mito que pasó a la historia.
-“Para vos, Apolo: tomá”- No hay forma más clara de renegar de terrible destino anunciado por el oráculo que atreverse a desmentirlo. Yocasta se reinventa con soberbio éxtasis y Edipo se postula como un nuevo dios. Los protagonistas juegan a comportarse como dioses y se proclaman libres del destino trágico, en un placer imposible de enjuiciar porque ya no le deben nada a nadie supramortal.
Decidir no morir se les complica. Por supuesto, sobreviene la culpa cultural: no puede Yocasta no arrepentirse de haberse acostado con su hijo: el pueblo y la historia la condenarían. ¿Y Edipo? Nadie puede quedar cuerdo después de darse cuenta que el tipo al que asesinó era su padre.
A menos que exista un instante de iluminadora locura. A menos que la locura dé vuelta la historia y, finalmente, los señale: la culpa es de los dioses.
-¿Por qué no nos volvemos dioses?- sugiere Edipo, exaltado con la sola idea de imaginarlo: Edipo es dueño de una posición de poder, es el soberano de Tebas. Y, según la sentencia, ha traspasado los límites de lo humano para acceder a ese trono centro de la escena. Sabiendo que tiene el poder de cambiar las leyes, resuelve: “Todos vivirán mi tragedia, y ya no será tragedia, sino algo natural”.
La puesta en escena se luce en unos diálogos desopilantes, una exacerbación de las pasiones desde el humor y la actuación de múltiples cuadros que nos muestran los límites de lo profano y lo mítico en la desmesura de los márgenes ampliados. Esta historia con guiños a la tragicomedia no es sino el mito que se metamorfosea en una apropiación contemporánea de universales como la muerte, el poder y el dolor. Desde la representación que se inmiscuye en lo solemne para poner en evidencia lo rídiculo hasta la parodia de las arbitrariedades del poder, la pregunta inevitablemente trágica por lo humano y sus desvaríos sin respuesta se materializan en monólogos hilarantes y un desborde de pasiones en diálogo con lo carnavalesco.
Los personajes se multiplican en otras voces y, en cada interpretación, hay un trabajo pulido en la palabra y el gesto para poner en jaque cimientos culturales y probar la solidez de los sucesivos olimpos de la historia: he aquí la actualización del mito.
Los actores Chili Peralta Vissani y Henry Mainardi, integrantes del grupo teatral La Volacera, le ponen el cuerpo a esta obra presentada en el CePIA con la dirección de Verónica Aguada Bertea.
Y para no apurarse en sacar conclusiones profanas, vayan vean y prueben sacarse la duda con alguno de los oráculos en escena, que capaz tiren algunas ideas -cantando al estilo musical- de por qué a los dioses no les gusta la bondad de los hombres y los prefiere trágicos.