Por Agustín Salomone (agussalomone@gmail.com) Imágenes: Julia Barnes Gormaz (Equipo-RDA)
Cada registro -periodístico o no- implica un recorte, una toma de posición y, por ende, una propia construcción de los hechos: no es posible transmitir el 100% de un hecho. A lo sumo, la discusión deriva en que todo es una cuestión de aproximaciones y coherencias. Esto que sigue es una reseña sobre “Relación VIII: soportes artificiales”, pero reseñar acá (ahora) no es el reseñar de siempre, simplemente porque no se le puede poner un guante a un pie. O sí, en realidad se puede, pero es muy incómodo.
Son las 17:14 cuando voy llegando al hall que une a la sala Jorge Díaz con el resto del CePIA. Voy a llegar y, aunque no me sorprenda, no habrá señales de la función. Me voy a acercar a la puerta para confirmar lo que ya desde lejos, con la mirada, podía empezar a considerar como una hipótesis seria: está cerrada.
Me voy a dar vuelta y en el camino a uno de los largos bancos de cemento que rodean a este hall (donde me voy a sentar), voy a ojear nuevamente el “flyer”/“póster” del evento en cuestión:
“Lo procesual, los lenguajes, la práctica abierta, la creación de sistemas, lo transfronterizo y el espectador, en un sentido expandido, son parte de la indagación del proyecto Efimerodramas que, en esta ocasión, propone una nueva relación de cuerpos, objetualidades, ausencias y transversalidades disciplinares.”
“¡Macanudo!”, quizás piense, y continúe mi camino hacia el fronterizo banco.
Los bancos del hall son básicamente rectángulos de concreto que se estiran durante casi todo el largo de la sala. Hay dos: ambos a los lados de la sala, pegados a los ventanales (o por lo menos eso me pareció ver). Desde allí me siento a observar la situación y, de paso, esperar la función. Justo enfrente de mí, afuera de la sala, hay un grupo de gente que, creo, reúne en sí a lxs artistas y organizadorxs del proyecto “Efimerodramas”. Están charlando.
Dentro del hall, en una silla de esas que monopólicamente controlan el mercado de los asientos y bancos del ámbito educativo, hay una mujer. La mujer está vestida de naranja y, por la posición del cuerpo de la mujer (la cabeza de la mujer ya completamente resignada a acomodarse a la forma de su mano -la mano de la mujer-, que le sirve de sostén a la vez que de molde, etcétera.), veo que está esperando -y que no parece molestarle-, hace bastante.
“Relación VIII, es una capa más de sentido a un abordaje netamente procesual, que no busca el espectáculo ni el producto final sino que plantea cada apertura a público como una instancia permeable, porosa y que emana y contiene la densidad de una práctica sostenida en el tiempo en la que el registro que se exhibe es parte de la exploración-producción.”
Entra otra mujer con un vaso blanco -de esos descartables- en la mano. Supongo que tiene café, pero mi suposición tiene más que ver con mis ganas de tener uno de esos en mi mano que con algún fundamento empírico o con alguna derivación lógico-deductiva coherentemente entablada. Llega y parece repetir cada uno de mis movimientos previos: entra al hall y observa la situación, surca lentamente el espacio hasta la puerta, comprueba -en un acto que seguro le resulta tautológico- que está cerrada, se vuelve hacia el hall y dirige su atención hacia los “flyers”/”pósters” que moran erguidos en un ataúd con puertas de vidrio.
En algún momento -que no puedo precisar con claridad-, una vez dentro de la sala Jorge Díaz, un hombre va a caminar hacia un tronco que cuelga en el centro de la habitación.
Ya son las 17:21. Entraron al hall lxs organizadores (ahora ya puedo sostener un poco más convencidamente esta hipótesis). Llegó más gente y el ambiente se transformó completamente. Yo sigo sentado (mirando y anotando) y mientras anoto esto, la chica del café -como si se hubiera estudiado de memoria el guión de mi monólogo- se sienta a mi lado, en el fronterizo banco de cemento. Frente a nosotrxs, en el hall, hay ahora más personas y con ellas, la presencia de más colores y movimientos. Y también está la música de sus conversaciones, que se erige como un tejido cambiante y difuso.
Lo que me llama particularmente la atención es que el grupo de personas que vino de afuera se separó y, sumadxs a las personas que llegaron, se armaron “parejas de conversación”. Todxs de a dos, separadxs, como parejas en un baile del parque japonés en el Buenos Aires de los 40’. Una de las diferencias con eso es que acá no está D’Arienzo. Otra, que las coreografías acá ya no necesariamente implican el cuerpo. O, en realidad, que lo implican menos… él ya no es el protagonista de la danza.
Lo mirará fijamente, como chamán en ritual, como cuando no hacen falta palabras. Sobre ellos penderá la única luz prendida de la sala. Al fondo habrá un televisor y alrededor lxs espectadores, ya sentados en las gradas de maderas que -¡como los bancos del hall!- casi rodean la sala. Con la misma seguridad que ya es usual en él, extenderá su brazo acercando un encendedor al hilo que cuelga del tronco. Habrá chispas y fuego y luego, sólo permanecerá el nudo abrazando al tronco.
Con tal ceremonioso y cautivador acto comienza la performance. A partir de él, todo lo que siga irá sucediendo sin pausas, con la espontaneidad y fluidez que ostentan los relojes de arena cuando cantan. Habrá dos personas y dos personas más en escena; otras 10 más en las gradas. ¿Existen las repeticiones?
Esta performance regurgitó con la sutileza de sus movimientos una pregunta que siempre anda rondando las miradas de este cronista: ¿Existen las repeticiones?
Dos personas que habitan en los mundos que nos muestra el televisor, callado y al fondo. La música que se erige como la mandamás de/entre lxs vocerxs de esta performance, haciendo de su discurso la ventana por la cual observar todos estos paisajes. Dos personas más, dejándose al incesante diálogo de sus cuerpos y el espacio, la música y una silla, siguiendo instrucciones y desechando de una buena vez la hipótesis de que la previsibilidad es seca.
¿Es lo mismo reiterar que repetir? “No se puede transmitir el 100% de un hecho: a lo sumo, la discusión deriva en que es una cuestión de aproximaciones y coherencias”, dije, y lo retomo ahora que pienso sobre la posibilidad de que exista -concretamente- una repetición, una reaparición inmutada de algo. ¿Qué tanto de eso que estuvo vuelve a aparecer con cada nueva evocación que hagamos? ¿Hasta qué punto se puede hablar de repeticiones/reiteraciones?¿En dónde es que se vuelven definitivamente elementos distintos, ajenos entre sí?
En Relación VIII las cosas se suceden con la calma y tenacidad de un río: no es posible realizar un corte, no hay acontecimientos sino un devenir continuo, un proceso. Hay reiteraciones y también hay mínimas variaciones sobre detalles a la hora de retomar y reexponer movimientos y sonidos. Hay simbiosis y continuidades, sin que esto exija permanencias o estancamientos. Hay un finísimo manejo de las intensidades, de las densidades (¡bravo!). Hay la suspensiva sensación que imaginamos es el silencio.
Dijeron al final de la función que ésta era la última, el cierre de ese proyecto.
Hay sólo dos personas, un tronco colgando, un televisor, un equipo de música, una luz y una silla. Hay cosas que se me pasaron de largo. Hay algunas de esas que quizás perciba si vuelvo a ver la obra, si reitero. ¿Existen las repeticiones?