Reseña: Ostinattas – Noche de los Museos en el CePIA
4 de noviembre 2016, Hall Anexo, Pabellón CePIA (Ciudad Universitaria)
Por Leonardo Corzo (Equipo de Comunicación)
Imágenes: Norberto Prado (Equipo RDA)
Un puñado de palabras a propósito de Ostinattas, proyecto performativo experimental acontecido en el CePIA en el marco de La Noche de los Museos. Patricia Valdez es obstinada cuando parpadea.
Valeria del Campo agitando de izquierda a derecha una peluca negra también es obstinada.
Paulina Cruzeño es obstinada al masticar una manzana.
Juliana Bonacci es obstinada al despertarse y Jimena Ghisolfi es obstinada cuando duerme.
En Ostinattas, el colectivo performático se empecina en desnudar la rutina del ser social y al hacerla evidente, obligándola a flotar hasta la conciencia, se agita y emerge en el espectador desprevenido el incómodo momento de una reflexividad inoportuna.
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La repetición está en todas partes y a cada momento. Oculta a la vista de todos. Haciéndose carne y signo en los latidos del tiempo.
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Despertarse. ¿Después de dormir? Despertarse. El rostro calmo. Impasible ante la perspectiva de una secuencia rítmica memorizada hasta en los más remotos recovecos del cuerpo. Lavarse los dientes. Verse a uno mismo. El espejo remedando los gestos. Parpadear. 32 dientes permanentes en los adultos. Fórmula con flúor y calcio. Escupir y parpadear una vez más.
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En Ostinattas la poesía toma prestada la imagen, se adueña del cuerpo y secuestra los sonidos, conjugando los elementos en un momento sin nombre.
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El movimiento maquinal de las artistas se contagia fácilmente entre la gente. Un cuello que se tuerce, un brazo que se estira y una mirada que se enfría. Todos conocen el ritmo. Todos lo padecen. Lo cotidiano es, sin embargo, que éste pase desapercibido mientras ejecutamos su designio.
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Durante la puesta en escena, en una locación alterna que solo existe en el imaginario compartido, una idea golpea la puerta con insistencia. Los impactos retumban derrumbando una calma aparente y superficial. El espectador se dirige a la entrada y abre lentamente con desconfianza. Ante sí se alza un cuerpo enigmático envuelto en breves prendas negras y azules tejidas de noche. El rostro seductor y desconocido del visitante se acerca al espectador y le susurra al oído una frase que lo hace sonrojar. Luego se marcha sin esperar respuesta y sin mirar atrás.
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La rutina nos viste.
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Los ojos se secan después de un tiempo sin parpadear.
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¿Será que los hábitos se imponen con la fuerza incontestable de los trenes de antaño? ¿O tal vez es la voluntad propia que nos lleva a arrojarnos a la tranquilizadora corriente de lo mismo?
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Reflejos de reflejos, alargándose hacia una distancia confusa. En el marco de la Noche de los Museos e interviniendo uno de los espacios del CePIA, el grupo de performers dirigido por Patricia Valdez ofreció al público una perversa visión de sí mismos. El avistamiento de la máscara atravesando el firmamento, apartada del régimen aplastante de lo habitual. Un puñado de movimientos cotidianos repitiéndose en un loop hipnótico, grabándose en la memoria a fuerza de insistencia. Y hasta acá el acontecimiento. Al final los aplausos. Una mano contra la otra y otra vez y todos al mismo tiempo. Después, la costumbre que confirma la particularidad del momento. El volver a los hogares. Caminar por las calles de la ciudad. Un pie detrás de otro. Intercambiar algunas palabras con nuestros semejantes. Cruzar la calle por las esquinas cuando el semáforo está en rojo. Parpadear. Mirar el mismo cielo de siempre, el que todos ya miraron y volvieron a mirar con igual asombro. El sol hundido en el horizonte. Su luz recuerdo descender. Y sin embargo, nadie se preocupa por su ausencia. Sabemos, por experiencia, que se cuenta entre sus hábitos el volver al amanecer.